El árbol del cacao, originario de América central, proveyó a las civilizaciones precolombinas de una moneda con sus semillas, de una bebida energizante y de un nicho para sus mitos. Según los aztecas fue su dios Quetzalcoatl quien, en un acto de bondad, trajo las semillas del cacao del cielo a la tierra. Alrededor del cacao se realizaron rituales, sacrificios y ofrendas, toda vez que se entretejieron dichos y anécdotas. Una de ellas habla del encuentro entre Moctezuma y su conquistador, Cortés, quien fuera honrado con una taza de Xocolatl, bebida de cacao, especies, agua, miel y picante que dista mucho de lo que ahora disfrutamos humear en nuestras tazas. Cortés la llamó “bebida divina”, no tanto por su sabor sino por halo ritualista que envolvía su confección y su consumo.
La derrota de una civilización entera sería el preámbulo para la difusión del cacao en el mundo. La Nueva España, otrora la gran capital de los azteca, no perdería el deleite por esta bebida. Aun existen curiosas leyendas como la de aquel obispo que intentó prohibir el consumo a las mujeres de la colonia española de tan pecaminosa bebida, y al que una mañana —la última para él— una taza de chocolate envenenado permitió que las matronas continuaran la tradición sin culpa alguna.
De América provienen no sólo las semillas de cacao sino también ciertos utensilios necesarios para la elaboración de esta bebida: el molinillo o molinete empleado en el batido son de origen prehispánico. No hay duda de que un buen chocolate siempre está coronado de una rica dotación de espuma.
En España las tazas de chocolate eran privilegio de la nobleza y es a través de la casa real española, propiamente de la dote de la infanta casada con Luis XIII, que el chocolate llega por primera vez a la corte francesa. Su consumo tendrá su auge bajo el reinado de Luis XIV, el rey sol.
También de España el chocolate llegará a otros países de Europa donde paulatinamente se convirtió en una bebida de gran aceptación hasta la creación de chocolaterías donde sólo los bolsillos pudientes podían costearlo.
Las técnicas en su manufactura se transformaron y adaptaron a las exigencias de la cultura gastronómica de cada lugar. Y gracias a esta inquietud por mejorar el producto para la bebida, en el siglo XIX, en Inglaterra, la firma Fry&Sons lanza al mercado el primer “chocolate para comer”: el génesis de la barra de chocolate y las formas y sabores inauditos que disfrutamos hoy en día.
Del árbol del cacao se obtienen los frutos que contienen las semillas utilizadas en la elaboración del chocolate. Éstas deben pasar por un proceso de fermentación y de secado para, posteriormente, someterse al proceso de tostado que determina, en gran medida, el sabor y el color del producto final.
Las semillas tostadas se pelan y se muelen. En esta fase radica el secreto de las chocolateras: el producto final dependerá de la selección y combinación de las semillas. Del proceso de molienda se obtienen dos productos: el licor de chocolate y la manteca de cacao.
Del licor de chocolate se obtiene la cocoa y el chocolate de repostería (que aún contiene un pequeño porcentaje de manteca). Este licor, 100% puro, no es agradable por sí solo al paladar pero sí es un elemento imprescindible para elaborar otras delicias en cuanto a confitería y pastelería, y para obtener esencias y saborizantes de chocolate.El chocolate resulta de la combinación del licor de chocolate y la manteca de cacao; y cuyas proporciones darán una característica especial al producto final. En la mezcla se adicionan saborizantes, leche en polvo, esencias o especias. Las principales chocolateras suelen utilizar leche líquida y/o condensada, lo que tal vez hace la diferencia.
La textura del chocolate se obtiene con el proceso de amasado, conching, que requiere hasta más de 72 horas y maquinaria especializada. Del conching depende la untuosidad y textura del chocolate que aunado al sabor determina la calidad de mortal, semidios o divinidad omnipresente de un chocolate.
Paradójicamente el llamado “chocolate blanco” no contiene chocolate (licor). Se trata de manteca de cacao adicionada con leche y azúcar. Nunca la falsedad ha tenido mejor color y sabor.
3. El chocolate, icono cultural
El gusto por el chocolate no sólo ha fomentado búsquedas de nuevas tecnologías para su extracción, reglamentaciones en cuanto a su comercio y manufactura o los nombres de corporaciones que parecieran adueñarse de sendo placer al paladar. Ha motivado expresiones culturales que van desde los afiches hasta la literatura, el cine y la música. Y aún más, el chocolate en sí mismo es materia para la escultura y el modelismo, basta observar los estuches donde se presentan, los papeles que los envuelven y las formas caprichosas como se moldean: conchas, animales, corazones, personajes célebres y figuras geométricas que se antojan no comestibles.