Vivían en una aldea un viejo y una vieja. Un buen día, el viejo dijo a su mujer:
—¡Cuece mujer, unos bollos, y yo engancharé el trineo e iré a pescar!
Pescó el viejo todo un trineo de percas. Cuando regresaba a casa, vio a una raposa que, hecha un ovillo, yacía en medio del camino.
El viejo se apeó del trineo y se acercó a la raposa. El animal parecía muerto y no se movió.
—¡Buen hallazgo! —exclamó el viejo—. ¡Saldrá un magnífico cuello para el abrigo de mi mujer!
Levantó el viejo la raposa y la cargó en el trineo. El mismo no quiso montar y se dirigió a casa llevando de la brida el caballo.
La raposa, aprovechando aquello, se puso a arrojar del trineo al camino todo el pescado, perca a perca.
En fin, arrojó la raposa todo el pescado y se escapó luego sin que el viejo se diera cuenta.
Llegó a casa el viejo y dijo a su mujer:
—¡Te he traído, mujer, un cuello estupendo para tu abrigo!
Se acercó la vieja al trineo y, al no ver en él ni el cuello prometido ni el pescado, dijo a su marido:
—¡No te da vergüenza, viejo carcamal, engañarme así!
El viejo comprendió que la raposa que había recogido no estaba muerta y se enojó mucho, pero ¿qué podía hacer?
Mientras tanto, la raposa había recogido ya todo el pescado y se estaba dando un hartazgo en medio del camino.
De pronto, se le acercó el lobo y le dijo:
—¡Buenos días, comadre, que te haga buen provecho!…
—Me lo hará, compadre, me lo hará, pero no te acerques, que no tienes parte.
—Dame unas percas.
—Si quieres comer, ve a pescar.
—No sé.
—¡Valiente cosa! ¿No he sabido yo? Ve al río, compadre, mete la cola en un boquete abierto en el hielo y di: "¡Picad, peces, pequeños y grandes! ¡Picad, peces, pequeños y grandes!" Ya verás cómo ellos mismos se enganchan a tu cola. Cuanto más tiempo estés con la cola hundida en el agua, más peces picarán.
Fue el lobo al río, metió la cola en un boquete abierto en el hielo y se puso a decir:
—¡Picad, peces, pequeños y grandes! ¡Picad, peces, pequeños y grandes!
Mientras, la raposa daba vueltas en torno al lobo y musitaba:
—¡Claras, claras son las estrellas del cielo! ¡Hiélate, hiélate, cola del lobo!
El lobo preguntó a la raposa:
—¿Qué es lo que dices, comadre?
La raposa le respondió:
—Te estoy ayudando, hago que los peces naden hacia tu cola.
Repetía una y otra vez la raposa:
—¡Claras, claras son las estrellas del cielo! ¡Hiélate, hiélate, cola del lobo!
El lobo estuvo toda la noche sentado encima del boquete, y la cola se le pegó al hielo. Al amanecer quiso levantarse, pero no pudo, y pensó: "¡Tantos peces han picado, que no los puedo sacar!"
En aquel mismo instante llegó una mujer que iba por agua. Al ver al lobo, gritó:
—¡Al lobo! ¡Al lobo! ¡Matadlo!
El lobo pugnó por escapar, pero no pudo desprender su cola. La mujer dejó caer los cubos y se puso a golpear al lobo con el balancín. El lobo, molido a palos, no hacía más que dar tirones y, por fin, perdió la cola y escapó lleno de espanto.
"¡Espera —pensaba— que ya me las pagarás, comadre!"
Mientras, la raposa se había metido en la casa en que vivía la mujer aquella, se había zampado toda la masa que llenaba la artesa, se había untado con ella la cabeza y, luego, había salido al camino.
Tendida en él gemía como si fuera a morirse.
El lobo la oyó, corrió hacia ella y le dijo:
—¿Así es, comadre, cómo enseñas a pescar? Mira, me han molido a palos…
La raposa le respondió:
—¡Ay, compadre! ¡Tú te has quedado sin cola, pero tienes entera la cabeza, y a mí me la han partido! Mira, me asoman los sesos, apenas si puedo moverme…
—Es verdad —dijo el lobo—. ¿A dónde vas a ir así? Monta encima de mí, comadre, que yo te llevaré.
Se subió la raposa encima del lobo y se puso a canturriar:
—¡El molido a palos al no molido lleva! ¡El molido a palos al no molido lleva!
—¿Qué estás diciendo, comadre? —le preguntó el lobo.
—Estoy conjurando el dolor de mis huesos, compadre —contestó la raposa, y volvía a canturriar—: ¡EI molido a palos al no molido lleva! ¡El molido a palos al no molido lleva!