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Las quejas

Queja de otro domingo

Era un paisaje de octubre muy al viento,
que recorta, hoy domingo, la ventana
con su celosía de través, ya fuera de uso,
donde cuelga, ¡desde cuándo!, un par de polainas
manchando con dos blancas siluetas un lampiño paisaje.

Un ocaso mal hecho que supura lo lívido;
el rincón de una lavandería de tejas podridas;
en medio, el Val-de-Grace, cual quien precide;
cinco árboles juguete de mezquinas ráfagas
que vetean un cielo inundado de lívidas vendas.

Luego, los esqueletos de glicinas deshilachadas
presa de ráfagas todavía más ruines.
¡Oh días que suceden a la boda!, ¡oh retales de encaje!
Bastante acuan la fibra estas glicinas
enroscando su agonía en las hebras.

¡Ah!, ¿qué es lo que yo hago, aquí, en este aposento?
Versos. Y más tarde, ¿qué?, ¡sórdida babosa!
¡Cómo! La vida es una, y tú, bajo esa escafandra,
con tus eternos cuentos te repites.
¿Siempre habrás de ser el que cuida del cuarto?

Fue un paisaje de octubre al viento…



Queja del feto del poeta

¡Hastiado! ¡Adelante!
A trepanar la noche, de viscosas raíces,
a través de mi madre, amor todo él albúmina.
¡A lo claro! al feraz, al almo estambre
de un sol naciente

¡A cada quien su turno! Hora es de emanciparse,
¡que mi porte inédito irradie de los limbos!

¡En marcha!
De una estepa de moco a salvo, a nado,
¡que me amamante el sol! y, babeante de dorada leche,
caiga yo en el arrullo, en el blando regazo de las nubes,
expertas viajeras,

En sueños, ¡ya sabes!, viviría timado por un alma
aventada entre faldas y frescores.

¡En marcha!
A arrullarme entre nubes de nata y, de la mano
azulada de Dios y ante millares de ojos encendidos,
¡a encallar en el reino de los vinos bizarros!
Valor.
Allí, allí yo me desgajo…

Allí comulgaré, la faz hacia Oriente,
bajo la especie de incoscientes besos.

¡En marcha!
¡Doblad, campanadas de noche! ¡Filtro, sol consistente!
Adiós, florestas del acuario que, incubándome,
sembrásteis germen tal en mi crisálida.

¿Tengo frío? ¡Adelante!
¡Oh!, madre mía…

Amamantad cuanto podáis, Señora,
a éste —¡lo más solo de Vos!— pobre y díscolo niño.



Queja de la vela de la media noche polar

El Globo hacia el imán
acude puntualmente,
azulado de mares;
sobrevuela ciudades,
y redes de convoyes
que a pellizcos avanzan.

¡Y mi costa en sollozos!
No lejos de San Malo,
un poblado entre humos se afana
y bajo el campanario,
donde un gallo arrogante rechina
se guarda el exvoto de un nauta.

Hacia los cirios, hacia la vidriera
de un altar de corales,
extiende con aire embelesado
una joven Madona
su bello corazón de rubíes
que agoniza entre rayos.

Sí. Ahíto de sangre, un gran corazón,
buen corazón sangrante
que de la noche al alba
y del alba a la noche
se desvive no pudiendo sangrar,
sí, ¡sangrar más todavía!



Queja del ángel incurable

Te expiro mis entrañas cuajadas de cenizas,
El viento que fermenta entre toses de tiernos parajes.

¿Qué fue de los guantes de abril y los remos de antaño?
El espíritu de lunáticas garzas solloza en el estanque.

    ¿Y vosotras, las dulces
      de antaño?

Pía el aguzanieves a esclusas congeladas;
Va la amante hostigada por los lamentos de las alamedas.

Pero, ¿sabes tú, loca, dónde vas sin el chal?
Pasear, olvidada de los ojos voraces, allá lejos…

    —Por alamedas
      ¡allá lejos!

Junto a los marmolistas (¡un hermoso negocio todavía!)
Chapotea atascado un convoy, a merced de la lluvia.

Un hoyo, que aspergue un cura viejo y aburrido,
Se abre como un bostezo a este liberado ser.

    Y he aquí que se le arroja
       al fondo.

Los molinos, aspas ayer alegres, hoy desvencijados,
Tienden sus brazos, mira, en lo alto y lo seco de la loma.

Allí yace, poco importa quién. ¿Es que acaso serías diferente?

Traslúcido de amor, ¡oh Caballero-Errante!

    Chasquea, ¡escuálido
      errante!

Aullar junto a los lobos, amar a las muchachas
Y el tacto sentir de sus manos mojadas en raras vajillas.

Mi viejo querido, ¡no hay otra salida! Aunque, en fin
Vivir sigue siendo aquí abajo la parte mejor.

    ¡No! Vajillas
      ¡de aquí abajo!

¡Más allá aún más seguro que la propia verdad! ¡Alas
de una hostia febril, robada a ciudades sensuales!

¿Y cómo? Ni Dios, ni el arte, ni mi fiel hermana;
¡Alas tan sólo! ¡En el blancor sofocante! Por siempre,

    ¡Sí! Alas
       por siempre.

En verdad que para un corazón mal encajado
La estación dicha otoño es puro devaneo.

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