osiazul

  • Inicio
  • Erika Mergruen
  • Criptas
  • La isba
  • Lecturas
  • Danza macabra
  • LibrosLibres
  • Sobre el leitmotiv
 

Segundo libro: El viejo París

Picture

Aquí comienza el segundo libro
de las fantasías de Gaspar de la Noche


I. Los dos judíos

Vieux époux,
vieux jaloux,
tirez tous
les verroux.


     Vieja canción.


Dos judíos, que se habían detenido bajo mi ventana, contaban misteriosamente con la punta de sus dedos las horas demasiado lentas de la noche.

«¿Tienes dinero, rabino?», preguntó el más joven al más viejo. «Esta bolsa —respondió el otro— no es ningún sonajero.»

***

Mas entonces, un tropel de gente se precipitó con alboroto desde los cuchitriles del vecindario, y sus gritos restallaron en mis vidrieras como proyectiles de cerbatana.

Eran unos alborotadores que corrían alegremente hacia la plaza del mercado, de donde el viento traía pavesas de paja y un olor a chamusquina.

«¡Eh! ¡Eh! ¡Tarararí!» «¡Mis respetos a la señora luna!» «¡Por aquí la cogulla del diablo! ¡Dos judíos en la calle durante la queda!» «¡Apaleo! ¡Apaleo! ¡Para los judíos el día, para los truhanes la noche!»

Y las campanas cascadas repicaban en lo alto, en las torres del gótico San Eustaquio: «¡Din-don, din-don, dormíos, din-don!.


II. Los mendigos nocturnos

A monsieur Louis Boulanger, pintor.

     J’endure
     froidure
     bien dure

     Canción del pobre diablo.


«¡Eh! ¡Alineaos, que nos calentemos!» «¡Sólo te faltaba subirte encima del hogar! Este bribón tiene las piernas como tenazas.»

«¡La una!» «¡Vaya cierzo!» «¿Sabéis, lechuzos míos, lo que pone a la luna tan clara?» «¡No!» «Los cuernos de los cornudos que allí queman.»

«¿Roja brasa para asar una zarbacoa!» «¡Qué azul danza la llama sobre los tizones! ¡Eh! ¿Quién es el rufián que pegó a su compañera?»

«¡Tengo helada la nariz!» «¡Y yo las grevas achicharradas!» «¿No ves nada en el fuego, Choupille?» «¡Si, una alabarda!» «¿Y tú, Jeanpoil?» «Un ojo.»

«¡Lugar, lugar a monsieur de la Chousserie!» «¡Aquí estáis, señor procurador, cálidamente abrigado y enguantado para el invierno!» «¡Ya lo creo! ¡Los morroños no tienen sabañones!»

"¡Ah! ¡He aquí a los señores de la ronda!» «Vuestras botas echan humo.» «¿Y los capeadores?» «Hemos matado a dos de un arcabuzazo, los demás escaparon por el río.»

***

Y así es como se codeaban ante un fuego de teas, con los mendigos nocturnos, un procurador del parlamento que andaba de picos pardos y los gascones de la ronda, que narraban sin reír las hazañas de sus maltrechos arcabuces.


III. El farol

La Máscara.- Está oscuro; préstame tu linterna.
Mercurio.- ¡Bah! Los gatos utilizan sus dos ojos por linterna.

     Una noche de Carnaval.


¡Ah! ¿Por qué se me habrá ocurrido esta noche que había sitio donde acurrucarme contra la tormenta para mí, duendecillo de canalón, en el farol de madame de Gourgouran?

Yo reía al oír cómo un espíritu a quien el aguacero empapaba, mariposeaba en torno a la mansión luminosa sin poder encontrar la puerta por la que yo había entrado.

En vano me suplicaba, ronco y aterido, que al menos le permitiera encender su torcida de cera en mi candil para buscar su camino.

De súbito, el papel amarillo de la linterna se inflamó, reventado por una ráfaga de viento que hizo gemir en la calle las colgantes muestras como banderas.

«¡Jesús, misericordia!», exclamó la beata, persignándose con los cinco dedos. «El diablo te atenace, bruja», exclamé, escupiendo más fuego que un buscapiés de artificio.

¡Ay! ¡Yo, que esta misma mañana rivalizaba en gracias y ornato con el jilguero de orejeras de paño escarlata del doncel de Luynes!


IV. La torre de Nesle

Había en la torre de nesle un cuerpo de guardia en el que se albergaba la ronda por la noche.

     Brantome


«¡Valet de trébol!» «¡Dama de picas! ¡Yo gano!» Y el soldado que perdía mandó su apuesta al suelo de un puñetazo en la mesa.

Mas entonces, micer Hugues, el preboste, escupió en el brasero de hierro con la mueca del avaro que se ha tragado una araña al comer su sopa.

«¡Puagh! ¿Es que los chacineros escaldan ahora sus cerdos a medianoche? ¡Voto a Dios! ¡Si es un barco de paja que arde en el Sena!

El incendio, que al principio no era sino un inocente fuego fatuo perdido entre las brumas del río, fue bien pronto una de mil diablos con disparos de cañón y venga de arcabuzazos al hilo del agua.

Una turba de bufones, de cojitrancos, de mendigos nocturnos, atraídos al arenal, bailaban gigas ante la espiral de llama y humo.

Y enrojecían cara a cara la torre de Nesle, de la que salió la ronda con la escopeta a la espalda, y la torre del Louvre desde la cual, a través de una ventana, el rey y la reina lo veían todo sin ser vistos.


V. El exquisito

Un perdonavidas, un exquisito.

     Scarron, Poesías


«Mis guías aguzadas en punta semejan la cola de la tarasca, mi ropa blanca lo es tanto como un mantel de taberna y mi jubón no es más viejo que los tapices de la corona.

¿Alguien se imaginaría jamás, viendo mi pimpante facha, que el hambre, alojado en mi vientre, extrae de él —¡el verdugo!— una cuerda que me estrangula como a un ahorcado?

¡Ah! ¡Con sólo que de esta ventana, en la que chisporroteaba una luz, hubiera caído en el ala de mi chambergo una alondra asada en lugar de esta flor marchita!

¡La plaza Real está esta tarde, con sus faroles, clara como una capilla! “¡Ojo a la litera!” “¡Limonada fresca!” “¡Macarrones de Nápoles!” “¡Ea, pequeño, trae que pruebe con el dedo la trucha en salsa! ¡Bribón! ¡Le faltan especias a tu pescado de abril!”».

«¿No es esa Marion de l’Orme del brazo del duque de Longueville? Tres perritos de lanas la siguen ladrando. ¡Hermosos diamantes tiene en sus ojos la joven cortesana! ¡Hermosos rubís lleva sobre la nariz el viejo cortesano!»

***

Y el exquisito se pavoneaba, la mano en la cadera, codeando a los que pasaban y sonriendo a las que pasaban. No tenía para cenar; compró un ramillete de violetas.


VI. El oficio vespertino

Quand, vers Pasques ou Noel, l’église, aux nuits tombantes
S’emplit de pas confus et de cires flambantes.

     Victor Hugo, Les Chants du Crepuscule.

Dixit Dominus Domino meo: sede a dextris meis.

     Oficio de Vísperas


Treinta monjes, espulgando hoja a hoja salterios tan grasientos como sus barbas, alababan a Dios y cantaban las cuarenta al diablo.

***

«Madame, vuestros hombros son un tejido de lis y de rosas.» Y como el caballero se inclinara, sacó un ojo a su criado con la punta de su espada.

«¡Burlador! —púsose ella melindrosa—. ¿Jugáis a distraerme?» «¿Es la Imitación de Cristo lo que leéis, madame?» «No, es la Berlanga de Amor y Galantería.»

Mas ya el oficio se había salmodiado. Ella cerró su libro y se levantó de su silla. «¡Vayámonos —dijo— bastante he orado por hoy!»

***

Y a mí, peregrino arrodillado a solas bajo el órgano, me parecía escuchar cómo los ángeles descendían melodiosamente del cielo.

Yo recogía de lejos algo de los perfumes del incensario y Dios permitía que espigase el grano del pobre tras de su rica cosecha.


VII. La serenata

De noche, todos los gatos son pardos.

     Refranero


Un laúd, una guitarra y un oboe. Sinfonía discordante y ridícula. Madame Laura en su balcón, tras una celosía. Ningún farol en la calle, ninguna luz en las ventanas. La luna con sus cuernos.

***

«¿Sois vos, d'Espignac?» «¡Ay! No.» «Entonces, ¿eres tú, mi pequeño Flor de Almendro?» «Ni uno ni otro.» «¡Cómo! ¿Vos otra vez, monsieur de la Tournelle? ¡Estáis buscándole tres pies al gato!»

LOS MÚSICOS PARA SU CAPOTE.— «El señor consejero va a pescar un resfriado.» «¿Pero es que el galán no teme al marido?» «¡Bah! El marido está en las islas.»

Entretanto, ¿qué cuchichean juntos? «Cien luises al mes.» «¡Encantador!» «Una carroza con dos heiducos.» «¡Soberbio!» «Un palacio en el barrio de los príncipes.» «¡Magnífico!» «Y mi corazón forrado de amor.» ¡Oh! ¡Será una linda pantufla en mi pie!»

LOS MÚSICOS SIEMPRE PARA SU CAPOTE.— «Escucho reír a madame Laura.» «La cruel se humaniza.» «¡Ya lo creo! ¡El arte de Orfeo enternecía a los tigres en los tiempos fabulosos!»

MADAME LAURA.— «¡Acercaos, encanto, que os deslice mi llave en el lazo de una cinta!» Y la peluca del señor consejero se empapó de un rocío que no destilaban las estrellas. «¡Eh! ¡Gueudespin! —gritó la hembra maligna cerrando el balcón—, cogedme un látigo y corred aprisa a secar al señor.»


VIII. Micer Juan

Grave personaje cuya autoridad anunciaban la cadena de oro y la blanca vara.

     Walter Scott, El Abad, cap. IV.


«¡Micer Juan, le dijo la reina, id al patio de palacio a ver por qué esos dos lebreles libran batalla!» Y él fue.

Y cuando allí estuvo, el senescal increpó severamente a los dos lebreles que se disputaban un hueso de jamón.

Mas ellos tironeando de sus negros gregüescos y mordiendo sus medias hojas, dieron con él en tierra como con un gotoso encima de sus bastones.

«¡Hola! ¡Hola! ¡Ayuda!» Y los partesaneros de la puerta acudieron, cuando ya los hocicos de los dos flacos habían vaciado la apetitosa escarcela del buen hombre.

Entretanto, la reina se moría de risa desde una ventana en su alto griñón de Malinas, tan rígido y plisado como un abanico.

«¿Y por qué disputaban, micer?» «Disputaban, madame, porque uno sostenía contra el otro que vos sois la más bella, la más sabia y la más grande princesa del universo.»


IX. La misa de gallo

A monsieur Sainte-Beuve.

Christus natus est nobis; venite, adoremus.

     Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

Ni lugar ni fuego habemos.
Dadnos lo que Dios nos concede.

     Antigua canción


La virtuosa señora y el noble sire de Castelviejo partían el pan vespertino, y el señor capellán bendecía la mesa, cuando se escuchó ruido de zuecos en la puerta. Eran unos rapaces que cantaron un villancico.

«¡Virtuosa señora de Castelviejo, apresuraos! La multitud se encamina hacia la iglesia. Apresuraos, por temor a que el cirio que arde sobre vuestro reclinatorio, en la capilla de los Ángeles, no vaya a apagarse, cubriendo con las estrellas de sus gotas de cera el libro de horas de vitela y cojín de terciopelo. ¡Ya suena el primer toque de campanas de la misa de Gallo!»

«¡Noble sire de Castelviejo, apresuraos, por temor a que el sire de Grugel, que camina allá lejos con su linterna de papel, no vaya a apoderarse en vuestra ausencia del puesto de honor en el banco de los cofrades de San Antonio! ¡Ya suena el segundo toque de campanas de la misa de Gallo!»

«¡Señor capellán, apresuraos! ¡EI órgano brama, los canónigos salmodian, apresuraos! ¡Los fieles están reunidos y vos aún estáis a la mesa! ¡Ya suena el tercer toque de campanas de la misa de Gallo!»

Los niños se soplaban los dedos, mas no se cansaron mucho tiempo esperando. Y por encima del umbral gótico, blanco de nieve, monseñor el capellán les regaló, en nombre de los dueños de la morada, a cada uno un barquillo y una moneda.

***

Entretanto, ya ninguna campana tañía. La virtuosa señora sumergió en un manguito sus brazos hasta el codo, el noble sire cubrió sus orejas con un birrete y el humilde preste, encapuchado en una muceta, echó a andar detrás, su misal bajo el brazo.


X. El bibliófilo

Un Elzevir le causaba dulces emociones;
mas lo que le sumergía en un arrebato extático era un Henri Etienne.

     Biografía dc Martin Spickler


No era ningún cuadro de la escuela flamenca, un David Teniers, un Brueghel del Infierno, ahumado hasta no verse ni al diablo.

Era un manuscrito roído por las ratas en los bordes, de escritura toda enmarañada y de tinta azul y roja.

«Supongo que el autor —dijo el Bibliófilo— pudo haber vivido hacia el final del reinado de Luis doce, aquel rey de paternal y enjundiosa memoría.»

«Sí —continuó con aire grave y meditabundo— sí, debe haber sido un clérigo de la casa de los sires de Castelviejo.»

En este punto hojeó un enorme in-folio que llevaba por título: Nobiliario de Francia, en el que no encontró mencionados más que a los sires de Castelnuevo.

«¡No importa! —dijo un poco confuso—. Castelnuevo y Castelviejo no son sino un mismo castillo. De igual forma, ya va siendo hora de rebautizar al Puente Nuevo.

     Aquí termina el segundo libro de las fantasías de Gaspar de la noche

Picture
Powered by Create your own unique website with customizable templates.