El sueño de las larvas (selección)_
Primero Nosotros, los blandos, escurrimos entre los rostros que han enmudecido bajo tierra, entre la carne hinchada por viejos asombros nosotros, la viscosidad del espanto, escurrimos, porque nada ha de permanecer y todo vestigio viajará en nuestros cuerpos para ser diseminado bajo tierra: trozos en los túneles, trozos ígneos, trozos en la raíz más profunda. (¿Y la voz?) ¿Quién posee la voz nunca escuchada? Escuchad: La voz de los muertos es el sueño de las larvas. La muerte niña Bajo tierra están el dulzor de los cuerpos y la boca que cesa para que el canto sea inextinguible. En los estratos dormitan los niños de los cuentos, sus risas flotan y emergen: fuegos fatuos que iluminan las alas de granito de una estatua sin plegarias. El nicho más pequeño es el pensamiento azucarado que nada entiende de palabras. Ahí los caracoles se deslizan en las cuencas para hechizar con tornasoles los ojos-lianas de nuestra historia. Duerme, niño, que está la puerta abierta y tras ella el camino de piedras azules que arrojan los locos sin voz. Anda y ve sobre el sendero custodiado por árboles de vidrio con sus frutos que rebanan los dedos para no tocarte nunca, duerme, niño, que ellos son marea y narran las historias del polvo y del polvo las estrellas escondidas en los ojos de un lagarto, duerme, niño, que la puerta se ha cerrado y en el cuarto escurre el vacío para no tocarte nunca, para nombrarte siempre. El que-sueña-cuevas Escurrimos. ¿quién conoce el eco sordo de la piedra despeñada en el abismo? ¿quién el roce húmedo de aquellos que poseen? El-que-sueña-cuevas dibuja estrellas en su nicho para olvidar el ardor del aire en los pulmones. Y guarda sus secretos, allá, donde los azules rupestres vigilan. ¿Quién devora la mortaja para develar el secreto del-que-sueña? ¿Quién sacia la sed con la noche sin luna de sus venas? En las calles él nombraba la palabra d/e/s/e/o y los caracoles al escucharla trazaban senderos iridiscentes para que él no olvidara. En las noches murmuraba la palabra m/i/e/d/o y con ella las polillas se tatuaban ojos en las alas para que él poseyera su reflejo. No hay horror en el gesto que sólo agradece la liberación de la carne y sus condenas. Mueca amorosa, comunión con la tierra. Sueñan los gusanos con la palabra nunca nombrada por tu saliva, sueñan y escarban para probar el beso-helado: buscan la piedra azul de las leyendas. Bajo nuestra tierra nada pueden los monstruos que habitaban tus días. No poseen la palabra ni el fósil ni la espiral del caracol que los guíe a nublar tu sueño perpetuo. Duerme, el más azul de los besados, que hemos de velar tu nicho, cómplice de nuestros cuerpos, con nanas de gusanos que ahora conocen el designio. Duerme, que después de la piedra-deseo devoraremos tus labios. El camarón Horadamos el fango en busca de sentidos. Las corazas se expanden, se ciñen, entintadas de fantástico. Aquéllas, transparentes, exhiben sus jugos infinitos. Bajo el agua los chasquidos circulan entre las agallas. Palpamos con las antenas, insectos sumergidos. Cualquier grieta es suficiente para comer la descomposición. Dioses terrestres nos han nombrado frutos del mar. Nos curvamos ante la sentencia y por las noches nuestros ojos primitivos se azoran con la fosforescencia de los seres pequeños. Lo sabemos. Dentro de la coraza la carne es blanda. El corazón Sístole, en la oscuridad los sonidos rezagados son tremor de venas. El latido incauto escurre cuando la voz —del que no te pertenece-- calla. Se esconde en el aroma de las manos pequeñas, late azucarado, y se sueña volcánico en un territorio de arterias dispuestas a la imposibilidad del ritmo. Los rojos se corrompen, el latido es sordo en el cauce espeso. Cuando seas corazón cansado, coagulo silente, dibuja el rostro de los muertos en la grieta de la luna. |