Locuciones de los Pierrots
I ¡Ojos vuestros!, ¡Oh mares con riberas de juncos! Dime, ociosa y bizarra señora, ¿cuándo querrán ellos devolverme la Luna-Naciente de mi alma delicada? Es la hora en que, pura indolencia, mi corazón elemental bebe en la copa de tus feos rencores con los ojos fieles de un terra nova. ¡Ah!, Señora, en verdad mal parece cuando no se es Gioconda, adoptar su aire por contagiar, entero, con azules spleens el pobre mundo. II ¡Ah!, el apego divino, el que por Cidalisa yo no oculto. ¡Ahora que ella escabulle las redes de mi mente lunar! Sí, junto a las flores de su patria me consumo en zozobras sólo por precisar cuál será su maestra virtud. La de ser mía, ¡dirás! ¡Vaya! Sabes bien que suelo oponer un formal desmentido a los gestos que a las claras se dan improvisados. III Cuántas noches en blanco, ¡sin Luna! ¡qué inspiración en los malos sueños! ¿No son aquellos nuestros blancos cisnes que acaban de cruzar ya la estacada? Vuelto a ti, yo permanezco inmóvil, doble ve mi conciencia y en aguas turbias pesca mi deseo ¡Dalila, Eva, Gioconda! ¡Ah! , por el infinito circunflejo de la ojiva donde, en cruz, me afano, véndeme de una vez el por qué de Tu Sexo. IV Que de puro cumplir su papel mi coraron, tú dices, está ayuno y que no te engatusa mi mirada si no es con infinitos de prestado. Tu soñabas estar entretenida con algún indigente in octavo... ¡Ay! No. Mi mente ha divisado, ciertas noches, hasta tres hemisferios. Pero bien, el clavel de tus veinte años lo rocío con las almas más finas, ¡que haya! , aunque de ti no exija, tú sabes, otro tanto. V No te afanes, sé sólo Tu Mirada, y el alma que se ejecuta; tú proporcionas la materia bruta y corra de mi cuenta la obra de arte. Obra maestra de arte y sin modelo, ¡nada menos! Dime, ¿no es acaso verdad? ¿No tenemos nosotros que arrostrar el Grito de los prolíferos Limbos? Vamos, bien me sé que tú tienes un sólido egoísmo en tu oficio incluso cuando aceptas holocaustos de la más sublime estirpe. VI He de decirte: cuando al amor me entrego me lleva un corazón harto sencillo, eso sí, dignamente trabajado en nuestros problemas más singulares. También para mis usos y mi arte corre el período védico que tan sólo en justicia me exige lo que en ello «me unce a tu carro». Es nuestra Biblia hindú que, vaya, me induce a acariciar con ojos de cetáceo, así, sin fin alguno, tu mejilla. VII Corazón de perfil, alma tierna y mullida tú quisieras empaparte de mí una mañana como, alzando el meñique, se empapa el bizcocho en el café con leche. Y mi amor, tan blanco, tan verde, tan grande, ¡tan sinuoso! , así no te sugiere, no sé qué furtivo paso de danza, siluetas fugaces que se pierden en tan compacta pantalla. Adiós. ¿Algo más? Vamos, y ahora ¡lloras! ¿Y a qué viene este ardiente ademán de desear cuando ya su peinador te abre mi Estrella? ¡Ay! ¡Cual buscar a destiempo radiantes melodías! VIII ¡Ah! Me brota un viejo hastío a lo largo del corazón... Es señal que es la hora de renacer burlón. ¿Y bien?, ¿te he herido, entonces? ¿Fingí acaso el sollozo para que adoptes el aire necio de El cántaro roto? Todo flota en amores; todo, desde el cedro al hisopo, bebe en su desmayada copa. Yo he hecho un bello horno. IX Tu gesto, Hurí, me trae el aire de un memento mori que en verdad entona: anda, quédate... Mas yo te diré lo que es y por qué he de partir, fe de honesto Poeta francés. Tu corazón tiene la conciencia clara, el mío es un individuo abrumado de deudas. X Queda lejos el alma tipo, la que me dijo adiós porque mis ojos ¡no tenían principios! En este instante, ella, ella, crujiente pan, dé, ¡oh!, tal vez a luz a algún granuja. Pues la casaron con un señor, lo mejor de lo mejor, pero de corto genio. XI Y yo me consuelo con la buena fortuna de la Luna feraz, ¡oh, Luna, Ave París stella! Si sabes que una lapa es la mujer, desentiéndete, cristal sin azogue, ¡sobre mi ojo!, quede todo él sin brillo. Que pregone: oh conato de redes. Os invito a daros prisa en poseer, pues es de lo que se toma o se deja. XII Y otro libro más; ¡oh!, nostalgias, lejos de esas, muy burdas, gentes, lejos de salvaciones y dineros, lejos de todas las fraseologías. Uno más, de mis Pierrots ha muerto; fallecido de crónica orfandad. ¡Ah!, érase un corazón poblado de dandismo lunar, bajo el disfraz de un peregrino cuerpo. Vanse de allí los dioses cual despojos; ¡ah! , cada día peor esto se pone; mi jornada está hecha, yo me largo hacia la Comprensiva Sinecura. XIII Pues, sí, ¡qué quieres!, la he recordado a lo largo de todo el año entero. ¡Y qué!, ¿se ha sorprendido acaso? Absolutos, arropados en pañales, en las lunas de miel de Himeta, ¡nuestro aire de viñetas era desmedido! Solloza mi cristal, ¡adiós!, sólo un bostezo hacia cielos color de limalla, donde la Luna oficia funerales. A nadie acusaré, aunque todo al revés me haya salido. Pacer, ¡ah!, sin fines allá lejos, pacer... XIV Las manos en los bolsillos, a lo largo de la ruta escucho mil campanas que cantan: «Los tiempos están próximos, ¡sin que haya duda de ello!» ¡Ah!, Dios, me es igual y estoy en mi casa, mi techo muy natal. Es todo. Senda recta, y no hago mal ninguno. Conozco la Historia y la Naturaleza, esas ferias de quincalla. También os aseguro que me podéis creer. XV Ya oigo el latido de mi sagrado corazón en el atardecer de la hora, ¡cuán mal conocido es, sin hermana, sin destino y sin techo! Oigo el latido de mi joven carne confundiéndose por mis arterias, entre los Edenes de mis versos y la provincia de mis padres. Ya oigo la flauta de Pan que canta: «Explora, explora los campos, y muere, cuando todo a expensas tuyas vive, que, entre nos, ¡quién pierde gana! XVI Soy un simple y lunar vividor que hace ondas en los estanques y sin otro designio que llegar a ser legendario. Arremangando con aire de reto mis mangas de pálido mandarín, engolo mi voz y exhalo dulces consejos de Crucifijo. ¡Ah!, sí, llegar a ser legendario, incluso en el umbral de siglos charlatanes, pero, ¿qué fue de las Lunas de antaño? ¿acaso Dios no debe ser rehecho? |