Prólogo
Texto original de Patrick Pollefeys Traducción de Erika Mergruen El fresco del Cementerio de los Santos Inocentes inicia con una introducción pronunciada por el recitador. Le siguen cuatro músicos muertos y enseguida comienza el corro de danzantes: el papa, el emperador, el cardenal, el rey, el patriarca, el condestable, el arzobispo, el caballero, el obispo, el escudero, el abad, el magistrado, el sabio, el burgués, el canónigo, el mercader, el cartujo, el sargento, el monje, el usurero y el pobre, el médico, el amante, el abogado, el trovador, el cura, el labrador, el franciscano, el niño, el clérigo y el eremita. El recitador (el actor) en compañía del rey muerto concluyen la danza macabra. Es de remarcarse que ninguna mujer participa en esta danza y que siempre existe una alternancia entre un miembro del clero y un laico (los sabios, los médicos y los abogados también eran considerados clérigos en el s. XIV). La Muerte se sitúa a la derecha de cada uno de los personajes a excepción de la penúltima imagen en donde se encuentra a la izquierda del eremita ya que entre este y el clérigo existe una muerte suplementaria que sólo se inclina y saluda. El artista que pintó este fresco es anónimo. Es de admirarse su inventiva al representar a la muerte en posturas tan diversas: a veces desnuda, otras vestida con una mortaja; unas veces representada con una guadaña o bien con una lanza, una pala o un leño (¿para fabricar un féretro, un crucifijo?). La Muerte siempre está representada como un cuerpo descarnado salvo en el cuadro donde acompaña al franciscano bajo la forma de una calavera con rostro humano. El texto de esta danza macabra es atribuido a Jean Gerson, autor pesimista para quien el hombre es una creatura vanidosa de oscuro corazón y llena de pecados. En sus versos percibimos el cinismo de Gerson: la muerte le indica al patriarca “Jamás serás Papa de Roma”; la muerte se mofa del abad: “los más grasientos se pudren mejor”, y del médico que es incapaz de curarse a sí mismo. Ningún danzante recibe simpatía por parte del autor salvo el niño, el cartujo y el franciscano. |