ValsesA Rubén Bonifaz Nuño,
en memoria de los días que galopamos por los desiertos, allá lejos. Vals Verde a Rodolfo Gómez Silva No viajaremos a extrañas islas, a países de cabellera incandescente. No partiremos, no saldremos de la ciudad ululante. Bajo los árboles vertiginosos del crepúsculo vestidos de viudos, hemos de vernos. En las estepas de los gentíos me verás, te veré, nos veremos. Y me dirás: “hace frío” en invierno, y te diré: “hace calor”—en verano. Y alrededor de nosotros los recuerdos de pico ensangrentado. Las hélices amarillas del otoño degollando pájaros inocentes. Cierta tarde —cualquier tarde-- en una esquina nos desconoceremos. Y por calles diferentes a la vejez nos iremos. Vals Gris a Ricardo Tello Las torres más valientes agachan la cabeza cuando el otoño llega con el plumaje acribillado. En otoño los árboles encienden sus ojos más tristes. Otoño sin embargo era cuando miré en tus ojos comarcas donde ardía otro sol. Agosto, el cojo malvado, escupía las ventanas; la niebla graznaba en los tejados. Pero nosotros caminábamos —oh praderas, oh puentes-- por países de diamante. Tus veinte años saltaban como peces y el corazón merlín se me saltaba. En el palacio de las luciérnagas bailamos danzas desgarradoras. Hoy llega sin ti el otoño y sin ti los crepúsculos desalentados sólo saben ponerse sus viejos trajes. Los pájaros idiotas repiten verdosos las canciones de ayer. Lentas cruzan el cielo las tardes astrosas. Pobre es el mundo: sólo tú autorizaste lo maravilloso. Vivir es largo. Ave carnicera es la Melancolía. Funeral de la Primavera Como el Viajero que desde gibosa cumbre postreramente mira la ciudad donde fue dichoso, así contempla, oh Joven, los áureos, inmortales campos do la lujuria galopó radiante, la verde crin al viento de nuestros amores extendida, pues cuando el nocturno día acabe, cuando en el olvido hunda la tarde su cola de diamante, ya no seremos jóvenes, será ceniza la alegría, humo, la dicha. En palacios destellantes, en jardines ahora calvos, canté a la Felicidad, oh Musas, ¡oh hierba de las ruinas! Yo soy el que a la aurora condujo altivo el rebaño azul de las sirenas. El Rey. El de los príncipes gorriones. El de las minas de luciérnagas. El Emperador Dichoso. Ahora soy el Inundado, el Novio Sumergido, el Por Tu Pico Picudo Picoteado. Oh amores, días cortos, rayo breve. Pasa presto la mocedad: pronto el polvo sepulta el salto del delfín y la araña su tela teje con los cabellos de la más hermosa. No nos veremos más en esta vida. No volverán los soles a dorarme con tus rayos. No volverán las tardes a sumergirse con sirenas. No volveréis a turbarme, monstruosos ángeles. En vano el ser miedoso húndese en mares de piafantes monumentos: enflaquecen los castillos, palidecen las naciones y con el tiempo el aire escuálidos los mira: templos robustos, torres bien vestidas, y el mismo viento que sobre las tumbas, —príncipe demente-- imagínase reinar. Ayer era yo joven y en el centro del rocío cantabas, Diosa Centelleante. ¡Ay, un momento dormí sobre las flores: al despertar hallé tu rostro odioso, serpientes tus cabellos, chamuscados tus senos inmortales! ¡Ay, Loco: lo que ansioso bebiste en tu vaso fue el agua hinchada de la muerte! Inútilmente el doncel en las praderas danza; inútilmente adórnase con plumas de arco iris: el oído traidor escucha el zumbido de las abejas que la muerte sorda enfurece en su panal. ¡Acostumbraos a los modales descorteses de la nada! No duerme la Polvorienta Esposa: aguarda lasciva el retorno del viajero desengañado de políticas terrestres. No hay tela, ni aguja, ni artesano capaz de zurcir las brocaduras que da el tiempo rabioso en tu galana tela, juventud preciada. Hermosa: un día no más dura el resplandor del mundo. Oh fuentes ahora mudas, relámpagos de mi amor cubiertos por la hierba. Frente a mi vida, con tu sonrisa danzaron, esbeltos, los años: hoy mendigan en la nieve. ¿Dó ríen las doncellas de hermosura fiel? ¿Dó fulgen nuestras hazañas? ¿Dó arden las hogueras del poema inmortal? ¿Para quién levantan los poetas sus cosechas?, ¿para quién los adolescentes lastimados siegan en las tardes sus tristezas?, ¿no son niebla las palabras, embeleco la Poesía?, ¿no corren los ríos sin descanso hacia la noche?, ¿qué son los poetas sino guerreros que sólo conocen el bando feroz en que combaten cuando malheridos ya de sombra, de los jinetes que se alejan, reciben el estandarte taciturno que a su patria secreta pertenece? ¡En vano soñé islas de ojos relucientes, días de fascinantes plumas! ¡Oh sol, oh joven sol, pastor de malvadas flechas, sólo porque sabíaslas mortales nos dejaste beber las aguas del arco iris! ¡Fracaso de los años¡ Imagina el humano caminar a su ilusión derecho. No camina: cae, despéñase desde la cuna, rueda mientras crece, mientras duerme cae. Arden hermosos, bajo la luna, los atletas, y a la señal parten veloces sin saber que la hierba es más veloz que los venados. ¡Oh musgosos locos que imagínanse correr, cuando ya en la meta, aguárdanlos mudos gentíos de ceniza! ¡Ay, en. la fementida mocedad soñamos que empapan nuestros trajes los flecos tiernos de la espuma cuando, en verdad, es la baba blanca de las losas, el inmóvil oleaje de las tumbas que a nuestras pobres naves, audazmente, se adelanta! ¡Adiós, azules días, días llameantes en cuyos ojos entreví la invisible isla inmortal! ¡Mésome los cabellos, pues por infames telas troqué con los mercaderes mi tesoro inextinguible! Pasó, fugaz, el día, y no hallé el palacio a cuya puerta, sólo ese instante, el dragón dormía. ¡Oh Mancebo, llora entre los cuerpos asesinados de tus más hermosos años! ¡Ya el Genio no saldrá de sus antros! ¡Nadie acudirá cuando frotes tu lámpara! Acaba el canto, Musa: el día veloz acaba. Antes de que brote la blanca hierba de la noche, a la ciudad, triunfante, penetrará el Bastardo. Ya salen con guirnaldas los señores. Su piafante corcel aprestan. Encienden la pedrería de su armadura. Alzad los estandartes. ¡Es el Polvo Emperador! |